Equipaje emocional, el más pesado de un inmigrante

Escrito por Carlos Echeverry

Ruta Nacional 40 – Bariloche, Argentina. Foto de mi autoría ©

Entre pesadillas, nostalgias y recuerdos de lo que ya no es. El equipaje emocional es aquel que tienen que cargar todos los inmigrantes al llegar a un país nuevo.
No es un equipaje opcional, es obligatorio en cada inmigrante que llega a un nuevo lugar. Sin embargo, la principal pregunta es ¿Por qué pesa tanto?

El equipaje emocional, según el internet y en una definición básica es: “La imagen metafórica de llevar desilusiones, errores y traumas del pasado como una mochila con una carga pesada”. Es decir, siempre cargamos lo negativo a donde sea y pagamos un alto costo, pero ¿dónde dejamos el peso de lo positivo?

Durante el tiempo que he venido realizando traducciones de diferentes documentos, como registros civiles, estudios, empleos y relatos que cuentan millones de razones por las cuales emigrar a otro lugar y no quedarse en el país natal, me encuentro con que naturalmente solemos cargar el equipaje emocional en una balanza, y me atrevería a decir que no es totalmente un equipaje lleno de “errores y traumas” pero sí de aprendizajes, y recuerdos que han hecho que cada camino que tomemos sea no solo diferente, sino construido desde cero.

Si bien, una de las principales razones de inmigrar, según el Ministerio de Relaciones Exteriores en Colombia, es la búsqueda de oportunidades laborales con mayor remuneración en países desarrollados (Ministerio de Relaciones Exteriores, n.d.). Hay razones mucho más fuertes detrás y que son imposibles de proyectar en medidas estadísticas.

Una de ellas es la idealización de un inicio completamente nuevo, más allá de la seguridad, empleo, remuneración económica y demás. Hay un motivador personal que hace que aquellas personas que inmigren SUEÑEN con una vida nueva, diferente y en ocasiones idealista gracias a los periódicos y televisión de tiempo atrás, pero hoy día, gracias al internet y las redes sociales.

La idealización de un sueño

Pongamos en contexto claro, por ejemplo, el caso de Estados Unidos de América. En los años 50, de acuerdo al “World Economic and Social Survey” de 2017 de las Naciones Unidas, EE. UU. vivió una revolución cultural e industrial posguerra que le permitió fomentar el crecimiento económico. Se incluía un sistema de seguro social, el desempleo era muy bajo, los empleos eran bien remunerados, la inversión en vivienda crecía y entró en su fenómeno de “consumismo” (United Nations, 2017, capítulo II).

Así mismo se proyectó ante el mundo de diferentes formas como el “Sueño Americano”, el país donde las oportunidades existen. Prueba de esto es la inmigración a Estados Unidos por parte de la población colombiana en los años sesenta, especialmente por factores económicos y oportunidades de empleo, pero también por razones políticas relacionadas con grupos al margen de la ley. Esta información está presente en el sitio web de la cancillería de Colombia, titulada “Antecedentes históricos y causas de la migración”.

Hoy, aunque las dinámicas han cambiado, aún existe tal deseo, y es curiosamente un motivador para que muchos inmigrantes de todas partes del mundo se dispongan a trabajar en algo que jamás habían desempeñado con el objetivo de lograr un sueño, idealizado o no. Sin embargo, cuando se encuentran con la compleja realidad, en donde hay limitaciones lingüísticas, de estudios, culturales y religiosas, es cuando se recurre al mal pero necesario equipaje emocional.

Empacamos y desempacamos recuerdos como nostalgias entre lágrimas en el que añoramos la felicidad de ciertos momentos del pasado, aunque fuesen efímeros. Tomamos el ego como un látigo hacia la autoestima, en el que denigramos el esfuerzo diario que hacemos y lo comparamos injustamente con quienes éramos en nuestro país natal o, mejor dicho, como nos definía la cultura en nuestro país natal.

Nos perdemos tratando de identificar nuestro valor dentro de una sociedad, nos sentimos inútiles, prisioneros de nuestra libertad, irónicamente es por la cual decidimos emigrar a otro lugar y nos sentimos restringidos de explorar, aprender y disfrutar. En pocas palabras, en ese equipaje emocional no empacamos el “merecimiento”.

El orgullo, que también lo usamos como placebo para reforzar las situaciones incómodas e inseguras que nos desafían y que casualmente solemos disfrazar con la frase de: “En mi país yo era tal persona y tal profesional”. Complejo pero real, el equipaje emocional es muy difícil de dejar atrás, y creo que no es sano dejarlo completamente, pero sí es importante entenderlo y comprenderlo, especialmente cuando nos pesa con todas sus cosas al mismo tiempo. Cuando sentimos que es muy duro vivir así, pero que es peor aún regresar a la realidad pasada.

Mejor dicho, es como si fuese un purgatorio transitorio en el que muchos deciden regresar y otros deciden afrontar; lo importante es comprender que ese equipaje emocional, aunque imposible de dejar atrás, de olvidar, de cambiar, sí se puede transformar. Se puede utilizar el orgullo como determinación a ser la mejor versión de uno mismo, la nostalgia para crear momentos de alegría en el presente que serán recuerdos para el futuro, la curiosidad de explorar y disfrutar lo que en el país natal dimos por sentado. El ego incluso nos puede permitir aprender con humildad, entender que somos niños una vez más, muchos incluso tenemos que aprender
nuevamente a hablar, así se hable el mismo idioma.

¿Qué empacar y qué desempacar?

Honestamente, este escrito está lejos de ser un artículo de autoayuda o una guía de terapia para afrontar los desafíos emocionales cuando se inmigra en un lugar diferente. Tampoco creo que es justo encasillar lo diverso del ser humano en guías prácticas cuando las maletas que cargamos son todas diferentes, tanto en su interior como en su exterior.

No se empaca y se desempaca, el equipaje emocional es mucho más complejo que eso, más bien, mucho más humano que eso. Hay muchas cosas que no podemos elegir llevar en un equipaje emocional, especialmente cuando se habla de emigrar e inmigrar. Lo único que sí puedo decir es que es importante empacar el “merecimiento”, el “entendimiento” y la “comprensión”. Más importante aún, usarlos, pero nunca desempacarlos.

Al fin de cuentas y para resumir, aunque el equipaje emocional no lo podemos soltar, al
entenderlo y comprenderlo, lo podemos alivianar.

Tenerlo siempre a la mano, para recordar de dónde venimos, para donde vamos y en quienes nos convertimos conforme el tiempo y diferentes lugares exploramos.

Siempre hemos sido peregrinos, andando por tierras extrañas y aquí estamos, en dinámicas distintas quizás, pero viviendo sin importar lo inconforme que sea llevar el equipaje emocional.

La comprensión es para mí, lo más valioso que se puede llevar, no como una pieza de equipaje, sino como un acompañamiento, nos permite hacer cualquier cosa y mejor aún, la podemos compartir con los demás.

Como dice Paulo Coelho en “El peregrino de Compostela,” “Cuando se viaja en pos de un objetivo, es muy importante prestar atención al camino. El camino es el que nos enseña la mejor forma de llegar y nos enriquece mientras lo estamos cruzando. Todos los días; siempre vemos el mejor camino por seguir, pero sólo andamos por el camino al que ya estamos acostumbrados” (Coelho,
1987, pp. 48-65).

Referencias

• Coelho, P. (1987). El peregrino de Compostela. Editorial Planeta.
• Ministerio de Relaciones Exteriores. (n.d.). Antecedentes históricos y causas de la
migración. Sitio web de la cancillería de Colombia.
• United Nations. (2017). World Economic and Social Survey. Chapter II: Post-war
reconstruction and development in the golden age of capitalism.

Acerca del escritor

Carlos Echeverry. piloto y viajero, combina su pasión con la lectura, escritura y la traducción. Creador del blog “Tinto Tinta & Tiempo,” comparte poesía y reflexiones inspiradas en la vida cotidiana y en sus viajes, ofreciendo una visión auténtica de su mundo desde una perspectiva personal.

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